Mi colección, ¿mi perdición?
¿Será que coleccionar es un instinto, como lo hacían los cavernícolas con los alimentos? No sé si será de supervivencia, pero a mí me encanta y, además, no puedo evitarlo. Es más fuerte que yo.
Mi manía coleccionista empezó de muy chica. Primero coleccioné poemas. Los reescribía en un cuadernito Rivadavia verde, uno por uno, por orden de llegada a mi vida. A los 13 años, cuando comencé a estudiar inglés, apareció la irrefrenable necesidad de escribir las letras de las canciones en inglés que escuchaba (en otro cuadernito Rivadavia pero rojo) o, mejor dicho, las letras que conseguía. Al no existir Youtube (les juro que hace 40 años atrás no existía), la cosa era más a cuenta gotas. Pero lo lograba hacer. Phil Collins lideraba la lista.
Todo bien hasta ahí. Lo que no puedo precisar con exactitud es cuándo empezó esta obsesión mía actual que raya con un TOC. Pero un día que estaba de viaje pensé en traerme un pedacito del lugar (además de las fotos, obvioooo), pero un pedacito que no quedara escondido en un cajón, sino más bien que se pudiera exponer cual trofeo de guerra y que pudiera verlo todos los días y en todo momento. Es decir, el recuerdo perfecto.
Entonces…. Comencé a COLECCIONAR IMANES. Lo primero que hago cada vez que vuelvo de viaje con algún imán es correr a la heladera a colocarlo al lado de los otros como si fuera un integrante más de la familia de imanes. Como si fuera el hijo pródigo que se les une. Se podría decir que me imanté. Estos pueden ser de ciudades o de países. Intento adquirir los que más representen el lugar pero que también sean vistosos y, si se puede, originales. A veces es amor a primera vista, y otras hay que mirarlos bien de cerca para encariñarse.





Quizás mis acompañantes piensen que es una afición absurda pero (no sé si será por lástima o qué) cuando ven un kiosco o un escaparate con imanes me dicen: “¡Acá hay imanes, Doris!” Entonces entro desaforada a escanear todo el negocio todo el tiempo que sea necesario (aunque la cara de mi marido comience a ponerse tornasolada y aunque algunos empleados teman que mis intenciones turísticas sean más bien rateras. Jijiji) y una vez decidida les doy el imán, orgullosa de mi éxito y mi adquisición, y con un: “Me llevo este” (en el idioma que sea), me surge la sonrisa de satisfacción y de alivio. Deber cumplido. Ahora sí. Sigamos.






Y hete aquí un problema que nunca he logrado resolver: ¿cómo elijo uno solo si me gustan veinte? Porque, según el lugar, llegan a costar 3 €, por lo que no podría traerme tooodos los que me gustan. No me queda otro que analizar uno por uno (y eso me lleva mucho tiempo, repito) y tomar la terrible decisión y discriminar.






Lo que también me ha sucedido es que a veces no encuentro (porque busco y busco y no hay) imanes que representen la ciudad que estoy visitando. Admito que eso tiene su lado positivo, porque esa búsqueda, que es un reto para mí, me lleva a patear toda la ciudad y a husmear en todos los negocios habidos y por haber buscando el preciado imán, como si se tratara de la búsqueda del tesoro. Y yo no estoy segura de que en el Carrefour no haya imanes. Y yo no sé si en la verdulería también vendan imanes. Porque en Tarragona encontré imanes en el Corte Inglés. O sea. ¿Me entendés?







En resumen: Hoy por hoy no puedo concebir volverme de un viaje sin “el imán”.
Algo que me ha sucedido en algunas ocasiones es que los imanes que encuentro son tan tan generales, o sea, que no aluden a ningún lugar específico, que me siento decepcionada y hasta indignada. Y esto me sucedió en mi último viaje, por lo que el único imán que conseguí en Aix-en-Provence (Francia) fue uno que era de “Provenza” y punto. «Arreglátelas. Imaginate la ciudad. Hacé memoria. Alpiste. Sorry. ¡Pero yo quería uno que me contara de dónde venía!». 😆





Pero…. A falta de pan….
Cuando no encuentro el imán perfecto, arranca la segunda obsesión coleccionista que viene a ser como un placebo pero me funciona: ¡Un llavero representativo! ¡Yes! No es lo mismo, admitámoslo, porque es muy difícil encontrar un lugar ya listo y acondicionado para exhibirlo (como lo es la heladera para los imanes). Pero bue… como todo obsesivo compulsivo, la adquisición del llavero me calma los nervios, vuelvo a disfrutar del viaje, duermo como un bebé en el avión y regreso a casa en paz y feliz, con la satisfacción del deber cumplido.




¿Vos qué pensás? ¿Tengo un TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo)? ¿Vos qué coleccionás? ¿Se puede saber?
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